A partir de septiembre, los días empiezan a acortarse a toda velocidad. A finales de octubre, con el cambio de hora, atardece a las cinco, y de ahí todo es cuesta abajo hasta diciembre, cuando el sol se pone antes de las cuatro.

Me ha llamado mucho la atención darme cuenta lo acostumbrado que estoy a la duración de estos ciclos, sin ser consciente de ellos. Me ha pasado que llegaba a acasa a las cuatro, ya noche cerrada y pensar: “Bueno, pues ceno, me veo una peli y a dormir” y darme cuenta de que tenía toda la tarde por delante. Mi monólogo interior se desarrollaba así:

- Sal a hacer algo de deporte, que en Madrid lo hacías a las siete o a las ocho.

- Ya, pero… es que es tan de noche y el parque está tan a oscuras.

- Pues ve por lo menos a por fruta y leche al súper.

- Es que es muy de noche y…

- ¡QUE SON LAS CUATRO Y MEDIA, QUE HAGAS COSAS!

Ahora (febrero) atardece a las cinco, que me diréis que vaya birria, y sin embargo estoy encantado por lo largos que son ya los días.